viernes, 31 de octubre de 2014

Annabelle


John es el marido ideal. Anodinamente guapo y cariñosamente soso. Elegante pero no pretencioso. Amable pero no adulador. Un esposo modélico que acude los domingos a misa. Un ciudadano americano de postal que cada mañana ilumina a sus vecinos con una brillante sonrisa. Un hombre de buenas intenciones pero con un problema terrible. John tiene un gusto horrendo a la hora de hacer regalos.
Así entra Annabelle en la vida de nuestra incauta pareja de enamorados. La muñeca más fea jamás manufacturada ya tiene un sitio en la habitación del hijo que está en camino.
En defensa de la muñeca Repelús, he de decir que no viene endemoniada de fábrica. Pero debido a una penosa argucia del guión, nuestra muñeca favorita se infecta del virus del Mal.

Annabelle poco a poco va incubando el resquemor en su interior. Hacer el mal debe ser un poco como hacer deporte. Es decir, si nunca lo has practicado, tienes que ir poco a poco. Gradualmente, para evitar lesiones. Por eso las primeras incursiones malignas se centran en las clásicas vaguedades como mover objetos de sitio o cerrar puertas.

Como ya he dicho alguna vez, el mal se ceba con los más tontos. Aquellos que hacen caso omiso a señales bien claritas del Maligno son los que tienen más papeletas de pasar un mal rato en el futuro. Si la muñeca ha cambiado un poco de posición, es pasable. Eso le ocurría al niño de Toy Story y no se alarmaba. Si se encienden aparatos eléctricos en plena noche, ya te puedes empezar a cagar un poco. Si se cierra una puerta en tu cara y no te llevas las manos a la cabeza, estás forzando.

Ante esta desidia, Annabelle coge carrerilla. Llegados a este punto, la película ya no va de nada. Es un mero sustento para ir de susto en susto. Los espectadores ya hemos perdido la noción de la realidad. Annabelle ya juega en las Olimpiadas de la Maldad mientras el mundo sigue girando como si allí no pasase nada.

Por lo visto, el problema que tiene Annabelle es que quiere un alma. Se ha empeñado en llevarse la vida del bebé del matrimonio. Lo que pasa es que la madre es la mujer más estoica del Condado y llega un momento que Annabelle se ve incapaz de conseguir su cometido a base de portazos y memeces. Tal es la penosidad de la muñeca que tiene que acudir en persona el mísmisimo Diablo para hacer el trabajo sucio. He de decir que en estos momentos la situación en el hogar es bastante insostenible. 

Al final, una pobre Annabelle aporreada y escupida se ve en la obligación de desistir en su empeño de fumigar al bebé de la familia. Como compensación, se conforma con matar a la vecina. Una ciudadana anodina cuya muerte no supone un trauma para nadie.

Lo mejor: Annabelle sólo mata cuando la compran. Cuando está en la tienda de empeños se corta. Respeta al pequeño y mediano empresario.
Lo peor: Ocultar penosidades de películas bajo montañas de sustos.
Conclusión: No compréis cosas de segunda mano. Es de pobres.

2 comentarios:

  1. Jajaja me dieron risa tus conclusiones. La verdad es que yo estaba un poco renuente de ver Anabelle precisamente por las críticas, pero no me disgusto, de hecho me sacó unos cuantos sustos, y si bien no esla peli del año, tampoco es la peor que he visto.

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    1. Es cierto que, dentro del género, es bastante potable. Se nota que es del mismo director de Insidious

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